“¡Capitán Video!¡Dueño del espacio!¡Héroe de la Ciencia!¡Capitán de los Video Rangers!¡Operando secretamente desde su Cuartel General de la Montaña, en el planeta Tierra, el Capitán Video recluta en sus viajes interplanetarios a los hombres de bien y los lidera en la lucha contra el mal, donde sea que esté!¡Sigamos al campeón de la Justicia, la Verdad y la Libertad por todo el Universo!".(Introducción de la serie
Captain Video and his Video Rangers -1949/1955-, leída sobre la sintonía principal:
El holandés volador, de
Richard Wagner).
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A mi me pareció increíble, pero es completamente cierto.
Gracias a la Paleontología hoy sabemos que hubo un período en el que los dinosaurios dominaban la Tierra. Y no es un caso único. Porque la ciencia no sólo sirve para construir el futuro, como ingenuamente suele creerse, sino que en muchos casos nos ayuda precisamente a todo lo contrario, es decir, a configurar el pasado; un pasado que, en más de una ocasión –como la que ahora veremos– no es más que una ensoñación del futuro, con lo que el círculo vuelve a cerrarse sobre si mismo.
Esta semana misma he sabido que –de igual manera que en el asunto de los terribles saurios y el dominio de la Tierra– hubo un momento en que la caspa dominó, si bien no el orbe, al menos sí una considerable parte de él: el reino de las ondas. Estoy hablando de telebasura anterior a la Edad de la Telebasura, de una porquería de tal calibre que os llevará a cuestionar la opinión mayoritaria que asegura que ese fenómeno está alcanzando en nuestros días el cenit de su desarrollo. Al fin y al cabo, puede que esa opinión no sea del todo cierta.
En 1949 el balance entre el encanto de lo esforzadamente precario y el mal gusto sin precedentes cuajó en una desaforada producción televisiva que ha pasado a los anales de la historia catódica como la primera serie de ciencia ficción jamás emitida. Después de conocer esta aberración he llegado a la conclusión de que ninguna producción actual es suficientemente mala como para merecer mi indignación: el eslabón perdido entre el fraude y el bodrio se emitió ya hace más de medio siglo.
Yo no la he visto nunca, sinceramente. Sólo conozco fragmentos y algunas alusiones, pero con eso ya me sobra para escribiros este despropósito, que espero os disguste lo suficiente.
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El 27 de junio de 1949, entre las siete y las siete y media de la tarde, los telespectadores norteamericanos de la franja prime-time de la DuMont Television Network asistieron, quizá sin ser conscientes de ello, a un acontecimiento sin precedentes: la emisión de la primera serie de ciencia-ficción en la historia de la televisión.
Captain Video and his Video Rangers era el título de esta absurda producción que mezclaba la conquista del Oeste con los viajes espaciales. La historia, ubicada en el año 2254, seguía las correrías de un escuadrón de presuntos video-guardabosques liderados por el Capitán Vídeo, quien los orientaba en su lucha por la Ley y el Orden, según instrucciones precisas recibidas del supuesto Comisario para la Seguridad Pública Charles Carey, cuya jurisdicción abarcaba el Sistema Solar en su totalidad, además de varias colonias humanas asentadas en planetas de estrellas cercanas.
No debe extrañarnos que este infecto argumento saliese de la mente de un ejecutivo. De hecho, la puesta en marcha del proyecto fue un empeño personal de James L. Caddigan, vicepresidente de la DuMont, quien concibió el producto pensando únicamente en una cosa: ganar todo el dinero posible. Un ejemplo de esto: el año de su estreno, Captain Video and his Video Rangers contaba con un presupuesto semanal para atrezzo de 25 escasos euros. Esto explicaría por si sólo la lamentable factura de la serie, pero aún hay más. Caddiggan quería alardear de las posibilidades de sus modernos equipos de televisión y, al mismo tiempo, conseguir un presupuesto de costes ajustadísimo. Veamos como lo consiguió.
Hasta 1953, la media hora de duración de la serie se dividía en dos bloques de quince minutos. En el primero de ellos se seguía una aventura del Capitán Video representada en riguroso directo televisivo desde el plató de la DuMont por un cuadro de actores. Luego, en virtud de algún truco o efecto más o menos chabacano, se daba paso a un interludio en el que un subordinado del Capitán Video, ejerciendo de maestro de ceremonias, introducía el segundo bloque de contenidos. Este segundo bloque consistía ni mas ni menos que en un injustificable mix de imágenes procedentes de metraje desechado de viejos westerns adquiridos a granel por los productores. Mediante una irreverente operación de montaje y doblaje de sonido, similar a la de un hiperbólico Retrospector de La Hora Chanante, los fragmentos de los viejos seriales del Oeste eran reconvertidos en supuestas misiones secretas de los agentes del Capitán Video en la Tierra: los Video Rangers.
Con todo, nada de esto impidió que la nauseabunda serie alcanzase altos índices de popularidad –principalmente entre la audiencia infantil, a quien se instaba a formar parte del Club de Socios de los Vídeo Rangers y a adquirir infames réplicas de los cascos y cohetes espaciales que aparecían en la serie–. En 1951, dos años después de su estreno, Captain Video and his Video Rangers se emitía a través de 24 estaciones, logrando un público potencial de 3 millones y medio de telespectadores cuya fidelidad le permitió aguantar en antena durante seis años, hasta el 1 de abril de 1955, año en el que el fin de las emisiones de la teleserie precedió a la quiebra económica y posterior desaparición de la DuMont Televisión Network.
Pero, hurguemos un poco más. Todo superhéroe necesita un supervillano, un archimalvado antagonista que justifique su cruzada personal contra el Mal, además de una serie de tecnologías fantásticas que le faciliten su esforzado camino hacia el éxito. Captain Video and his Video Rangers no fue una excepción a ninguna de estas reglas de oro; aunque las aplicara, como no podía ser de otra manera, según su particular modo de entender.
Así, el antagonista principal de la serie era el Dr. Pauli, una especie de dictador al más puro estilo del período de entreguerras cuyo idioma se reducía a un incomprensible farfullo de reminiscencias germánicas. Su papel en la historia siempre consistía en la invención de sofisticados mecanismos y métodos para subyugar a la Humanidad, terribles planes que el Capitán Vídeo se veía obligado a neutralizar –siguiendo las instrucciones del Comisario para la Seguridad Pública Charles Carey, recordemos– situación que provocaba un tira y afloja entre el Bien y el Mal que inevitablemente desembocaba en una frenética persecución interplanetaria a bordo de cohetes espaciales.
Pero con el tiempo el tête-à-tête entre el Capitán Vídeo y el Dr. Pauli se fue enrevesando. El plan de dominación del Dr. Pauli se fue extendiendo hasta que los límites de su ambición coincidieron con los del universo conocido y, en su malvado empeño, el aspirante a tirano del Cosmos se ganó la lealtad de una cohorte de insospechados y pasmosos aliados. Entre ellos podemos contar a Heng Foo Sueeng, un malvado arquetípico sin más razón de ser; McGee, un marciano de nombre injustificable, además de un inepto integral en todos los aspectos; Norgola, un rufián sin precedentes cuyo inicuo plan consistía en convertir el Sol en una descomunal pila magnética con tal de lograr unos fines cuyas líneas generales jamás fueron reveladas; y, finalmente, Tobor, el primer robot que apareció en televisión –nótese que «Tobor» és «robot» escrito al revés–, y que venía a ser como un enorme surtidor de agua de movimientos artríticos cuyo intérprete, Dave Ballard, supone una inyección de moral para cualquier fracasado, pues su trayectoria artística se resume en el papel del robot más oxidado del universo.
Para combatir a esta creciente horda de supervillanos el Capitán Vídeo tuvo que exprimirse seriamente las meninges, resultado de lo cual la serie se vio inundada por un extenso catálogo de prodigios tecnológicos nacidos de la inteligencia del líder de los Video Rangers. Entre estos cacharros encontramos el Opticon Scillometer, una potente y compleja máquina de rayos X que permitía ver con nitidez a través de las más gruesas paredes; el Discatron y el Radio Scillometer compactos artilugios electrónicos que hacían las veces de intercomunicadores espaciales de imagen y sonido; el Rayo Vibrador Cósmico, un poderoso haz luminoso capaz de paralizar a los más esquivos malhechores galácticos; y otros muchos trastos cuya efectividad, pese a lo que pueda parecer en principio, le facilitaba las cosas al Capitán.
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En fin, eso es lo que he podido sacar en claro de los documentos que he consultado. A pesar de que he peinado la Red, no he podido conseguir clips de video de la serie original, sólo algunas fotos aparte de la que he incluido aquí. Como no dudo que os habéis quedado con ganas de saber más sobre el tema, aquí os dejo unos enlaces en que incluyen la información que acabáis de leer y mucha más que no me ha dado la gana meter.
- Capitan Video and his Video Rangers en Wikipedia.
- Capitan Video and his Video Rangers en la Internet Movie Database.
- Captain Video and his Video Rangers, artículo de Suzanne Williams-Rautiolla.
- Captain Video and his Video Rangers, web de unos auténticos fans.